Un tiro en el pie

Ricardo Peirano, 11 de abril de 2025.

 

O un error no forzado. O una medida profundamente contraproducente para quien la adopta. Llámelo como quiera, pero las medidas arancelarias que tomó el presidente Trump el pasado 2 de abril -mal llamado “Liberation Day”- fue un error mayúsculo, cuyas consecuencias y proporciones son difíciles de avizorar. Como decía el Financial Times un par de días después, cuando los mercados financieros se desangraban a niveles no conocidos desde la pandemia de 2020, “si se mantiene, la decisión de Donald Trump del 2 de abril de 2025 de aplicar inmediatos aranceles recíprocos a sus socios comerciales quedará como uno de los mayores actos de daño auto infligido en la historia de la economía de los Estados Unidos. Sembraran un daño incalculable en los hogares, las empresas y los mercados financieros a lo largo del mundo, terminando un orden económico global del que los Estados Unidos se beneficiaron y ayudaron a crear”.

Por ahora, esa decisión se mantiene pese a que ya comenzó a generar los esperables efectos contrarios por parte de los demás países. China fue el primero en subir sus aranceles. La Unión Europea hizo una propuesta inteligente: cero arancel reciproco.

Se sabía que Trump tiene una obsesión con el proteccionismo y la defensa de la industria manufacturera. Ya lo viene diciendo desde la década de los 80 en varias entrevistas, cuando nada hacía pensar que llegaría a ser presidente de Estados Unidos. En su visión, el déficit comercial -ni siquiera toma en cuenta la balanza de servicios donde Estados Unidos tiene un gran superávit- es algo nocivo que hay que erradicar de raíz. Es la versión moderna del mercantilismo del siglo XVII, que veía como una señal de debilidad nacional vender menos de lo que nos venden.

En la visión de Trump, un hombre de negocios que procura hacer buenos acuerdos, el déficit comercial es algo que afecta el orgullo nacional aunque no necesariamente su bienestar ni su prosperidad. De hecho, Estados Unidos ha tenido déficits comerciales desde la Gran Depresión. Ello no le ha impedido vivir un período de esplendor y desarrollo sin igual en los 80 años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.

De esa visión sobre el déficit comercial, se desprende una política tan mala como la de poner un arancel básico del 10% a todo el mundo. Y cuando decimos a “todo el mundo” nos referimos no solo a países con los que Estados Unidos tiene un déficit, sino también a aquellos países con los que no tiene déficit o con los que tiene firmados “tratados de libre comercio” con un arancel cero, o aquellos países con los que Estados Unidos tiene superávit comercial.

Suiza, por ejemplo, que ha eliminado todos los aranceles sobre bienes industriales, fue alcanzado por un arancel del 31 o 32%. Nadie entendía nada. Lo más insólito es que el arancel aplicado a Suiza resultó superior al 20% aplicado a la Unión Europea.

Es que no es fácil de entender la insólita fórmula aplicada para establecer los “aranceles recíprocos”. “Exportaciones - Importaciones/ Importaciones”. Una fórmula que tuvo un poquito de sofisticación con la introducción en el denominador de la elasticidad de importaciones y exportaciones, pero con valeres tales, 4 y ¼, que se cancelan entre sí. La dichosa fórmula, que no contempla el valor real de los aranceles actualmente en vigencia sino el porcentaje del déficit comercial sobre las importaciones da cualquier resultado. De ahí que la promesa de Trump de poner “aranceles recíprocos” no se ha cumplido. Se han puesto aranceles mucho más altos que los aplicados por otros países y luego, por acto de gracia o generosidad presidencial, se los ha reducido a la mitad. Y aún así siguen siendo absurdamente altos y sin tener relación con los aranceles que ese país aplica y que muchas veces es menor al 10% al barrer.

Pero aparte del grave error de concepto que encierra la fórmula aplicada -y defendida a capa y espada por gente del equipo de Trump como el Secretario del Tesoro Scott Bessent-, hay otro error más grave. No entender los beneficios del libre comercio bajo un orden general. Es verdad que puede haber manipulaciones del tipo de cambio o subsidios encubiertos o mano de obra barata. Pero los beneficios del sistema multilateral no se pueden olvidar. Al menos dan certeza en la marcha de las economías y en las decisiones de las empresas.

Y algo que Trump y su equipo no deberían olvidar es que la globalización y aún el ascenso de China en el escenario mundial no ha perjudicado a los Estados Unidos. Hoy por hoy es la economía más sólida y pujante del mundo. Y, por si esto fuera poco, desde 1990 hasta 2025, la época de la expansión de la globalización, ha generado 50 millones de empleos netos. El desempleo, alrededor del 4%, se encuentra en los niveles históricamente más bajos. Esas no son las cifras que mostraría un país que según Trump “durante décadas, ha sido saqueado, expoliado, violado y robado por naciones lejanas y cercanas, tanto amigas como enemigas”.

Pero los argumentos racionales no parecen tener mucho crédito en la administración Trump. Se trata de una cuestión de poder. Y ese poder de aplicar aranceles, para obligar a un país a tomar determinada acción o para recuperar déficits, es algo a lo que Trump no va a renunciar así nomás. No hasta que los hechos le demuestren que va por mal camino. Y esos hechos serán dolorosos como recordó el presidente de la Reserva Federal: recesión, mayor desempleo, menor crecimiento de largo plazo, malas relaciones con países aliados.

Si Trump quiere hacer America Grande de Nuevo, tiene que aprender a respetar el estado de derecho, los tratados vigentes, y las alianzas creadas por valores comunes. Estados Unidos y Europa dieron origen a la actual civilización occidental, con una cantidad de instituciones y valores que han puesto la dignidad de la persona humana en el centro (y para ello repasar la Declaración de Derechos Humanos de la ONU en 1948) y que han permitido extender el ámbito de las libertades individuales, propender al crecimiento de la economía y la disminución de la pobreza mejorando la situación de miles de millones de personas. Que hay muchas cosas a mejorar, sin duda. Pero no es destruyendo lo antiguo, sino corrigiéndolo como se logrará un sistema comercial más adaptado e estos tiempos.

Con medidas como estas, no habrá mejora para nadie ni siquiera para quien adopta las medidas. En lugar de construir muros es preciso tender puentes. Y eso es lo que Trump, y los muchos que lo han votado, parecen no entender.

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Opinión:

Comments (5)

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