No llores por mí Venezuela

No llores por mí Venezuela

Ricardo Peirano, 20 de enero de 2025

 

Lo más trágico de Venezuela no es que Nicolas Maduro Moro haya asumido por tercera vez  la presidencia de la nación en elecciones más que cuestionables. Al fin y al cabo, la dictadura de Maduro no empezó el 28 de julio del año pasado cuando se realizaron las elecciones previstas aunque sin supervisión internacional excepto la del Centro Carter, que para Vladimiro Padrino, el todopoderoso Ministro de Defensa del régimen, era el único observador legítimo, sino bastantes años más atrás.

Lo más trágico es que no haya unanimidad de que Maduro en Venezuela es un dictador al igual que Diaz Canel en Cuba y Ortega en Nicaragua. Es insólito que Maduro cuente con apoyo exterior pese a la evidencia del fraude electoral y de la represión brutal de protestas populares, de detenidos sin causa como la politóloga española Rocío San Miguel y muchos miles más.

Se podrá estar con Maduro o contra Maduro pero no se puede decir que Maduro es un presidente democráticamente electo por el pueblo de Venezuela (como dijo Juan Castillo) y tampoco decir  que “no está claro lo que pasó” como dijo el senador electo del MPP Daniel Caggiani. Recordemos que Caggiani visitó Venezuela y dijo que su sistema electoral era más seguro que el nuestro. Nosotros supimos “lo que pasó” a las dos horas del cierre de las urnas. En Venezuela, seis meses después siguen sin saber “qué pasó”.

Pero repasemos un poco la historia. Maduro se presentó a tres instancias electorales.  En 2013, a un mes de la muerte de Chávez, derrotó a Henrique Capriles con el 50,61% contra el 49,12% de Capriles y con una participación del 80%. La oposición denunció fraude hasta que no se contara cada voto.

En 2018, la oposición no se presentó debido a manipulación de fechas electorales por parte del Ejecutivo pero si hubo algunos  candidatos aislados como el militar Henry Falcon que obtuvo el 20,9% contra el 67% de maduro. La participación fue muy baja: apenas el 46%, demostrando que la oposición convocó a la abstención

En 2024, la historia es bien conocida. El Consejo Nacional Electoral proclamó vencedor a Maduro con 52% de los votos contra 43% de González Urrutia. Pero el CNE no mostró las actas, cosa que sí hizo la oposición ya que había tenido la precaución de tomar registro electrónico en cada circuito. El gobierno de Maduro quedó en shock ante esta jugada magistral de la oposición y prometió mostrar las actas. Pero nunca lo hizo hasta el día de hoy,  y ello será así sea cual sea el día que el lector lea este artículo porque las actas que muestren esa victoria de Maduro no están ni estarán.

El fraude fue tan escandaloso que aún gobiernos amigos como México, Brasil y Colombia no pueden reconocer la victoria de Maduro y han enviado representación diplomática de bajo nivel a la juramentación de Maduro. Gabriel Boric en chile ha cortado relaciones con Venezuela dando un muy buen ejemplo a gobiernos de izquierda. El Frente Amplio en nuestro país ha optado por decir que “el juramento de Nicolás Maduro el pasado 10 de enero como presidente de la República Bolivariana de Venezuela —sin las auditorías de verificación correspondientes al proceso electoral tal como exige la legislación y solicitadas por los organismos especializados que observaron las elecciones y la comunidad internacional— erosiona la legitimidad del resultado y cuestiona cualquier tránsito democrático”. Si no tiene legitimidad, ¿qué es Maduro?

El Centro Carter, tan laudado por el propio chavismo que lo invitó a observar el proceso electoral porque daba  “garantías de legitimidad” en palabras de Padrino seis días antes de las elecciones, abandonó Venezuela a los pocos días de la elección y dijo que el acto electoral “No ha alcanzado los estándares internacionales de integridad electoral en ninguna de sus etapas relevantes y ha infringido numerosos preceptos de la propia legislación nacional”.

Y no se quedó ahí, en una ausencia de juicio. El Centro Carte fue más allá y poco después certificó la victoria de Edmundo González Urrutia: "El Centro Carter ha analizado los números disponibles junto a otras organizaciones y universidades y confirma a Edmundo González Urrutia como el ganador".

La juramentación de Maduro el pasado 10 de enero no tiene ningún valor. Es un “usurpador del poder” puesto que no ganó ninguna elección en julio. Y quien ocupa el poder sin la validación del voto democrático es, lisa y llanamente, un dictador.  

Aún así, Maduro es quien se sienta en el Palacio de Miraflores y detenta el poder apoyado en la fuerza de los fusiles. Y así será hasta que los fusiles digan otra cosa, como ocurre en todas las dictaduras. O lleguen otros fusiles que digan otra cosa.

Lo triste de estos hechos no es solo lo que sufren los venezolanos que, en los últimos años, al no poder votar en una elección libre, han decidido votar con los pies y se han desparramado por toda América Latina. Es la deformación de la verdad. Es la deformación del lenguaje. En la década de los 70, nadie discutía qué países eran dictaduras y cuáles no. Bastaba ver si había elecciones libres. Ahora, que vivimos en una época de la posverdad, nos damos el lujo de decir que un gobierno que hizo fraude “es un gobierno elegido por el pueblo” y, además, que eso está bien.

El asunto es cómo salir de esta dictadura. Y ciertamente, siendo difícil, no es con ese gran diálogo “transparente, cristalino, democrático y pacífico con la participación de todos los actores” que propone el FA. Porque para dialogar hacen falta dos. Ya hubo diálogo en los Acuerdos de Barbados. Se organizó un proceso electoral en el que la oposición aceptó participar a diferencia de 2018. Se levantaron las sanciones a Venezuela. Pero Maduro hizo trampa. Primero vetó a María Corina Machado. Luego vetó a la profesora Corina Yoris, de 80 años y sin experiencia política. Y a las cansadas aceptó al diplomático Edmundo González Urrutia. Siempre pensó en que ganaría o que su fraude no se descubriría. Nunca imaginó la jugada de María Corina para tomar copia de todas las actas.

Entonces ¿de qué diálogo se habla con un señor y un buen grupo de amarrados al poder y al dinero del narcotráfico que no están dispuestos a cumplir lo pactado?

Cuál es la salida de Venezuela hacia una democracia nadie lo sabe. Quizá haya que esperar muchos años. Quizá hay que pensar en una suerte de Cuba con petróleo. Solo una sublevación ciudadana puede acabar con el régimen de Maduro. Y cuesta verla. Por ahora, sí hay que llorar por Venezuela, hasta que vuelva al redil de las naciones democráticas. Pero al menos llamemos las cosas por su nombre: quien no fue electo democráticamente en elecciones libres y limpias es un dictador.

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