Tiempos de rupturas

Gabriel Pastor, 18 de marzo de 2025

Cuando en el equipo de CERES discutimos el contenido de la edición de marzo de PULSO, fue evidente que todos los acontecimientos globales estaban, de una u otra manera, marcados por la turbulenta política exterior impulsada por la reciente segunda presidencia de Donald Trump en Estados Unidos (EEUU). Nadie permanece indiferente a los cambios promovidos por el líder republicano, que tienen el potencial de configurar un nuevo orden mundial al cuestionar el sistema de alianzas de Occidente, basado en los pilares del libre comercio, el modelo político liberal y el derecho internacional.

Sin duda, estamos viviendo una época de rupturas, como señala el historiador británico Eric Hobsbawm en su libro sobre las consecuencias en el arte y la cultura tras la desaparición de la sociedad burguesa europea. El caso de Trump, por supuesto, está vinculado a los cambios que podrían reconfigurar la política internacional, en un contexto marcado por la creciente guerra fría entre EE.UU y China, que abarca, entre otros aspectos, la competencia por la supremacía en Inteligencia Artificial (IA) y la Industria 4.0. En este contexto, la Casa Blanca lleva a cabo una limpieza de fondo de lo que considera obstáculos para la ambición de EEUU Primero ("America First"): poner los intereses nacionales por encima de los internacionales o de los intereses de otras naciones que, según su visión, lastran a su país.

Por esa razón, pilares fundamentales de la arquitectura occidental, como el multilateralismo, enfrentan una tensión sin precedentes, que podría derivar en una reconfiguración del orden mundial de las últimas ocho décadas.

Trump está convencido de que el sistema internacional abierto de cooperación permite que el mundo se aproveche de la “generosidad” de su país. Por ello, sus políticas implican, al menos, una profunda renegociación de las reglas del juego. Algunos incluso sostienen que su verdadero objetivo es desmantelar el orden internacional. No obstante, sus tácticas agresivas para desafiar sistemáticamente a sus aliados históricos no parecen responder, por ahora, a una estrategia coherente para saber si se llegará a tal extremo.

Dicho esto, el presidente puede tener razón en algunos de sus diagnósticos, como al señalar la necesidad de revisar tratados o denunciar las asimetrías comerciales que desde hace tiempo perjudican a EEUU.

Otra cosa es que el instrumento de los aranceles para castigar por igual a socios o adversarios, con el objetivo de reequilibrar la economía en general y el comercio en particular para nivelar el terreno de juego, sea el arma más eficiente en un mundo donde si bien el fenómeno de la globalización podría moderarse, no se puede detener. El impacto a largo plazo del nuevo proteccionismo republicano podría ser contraproducente.

Trump recurre a un antiguo instrumento comercial de efectividad refutada, impulsado por su preocupación por el déficit en la balanza comercial, una realidad que EEUU arrastra desde hace mucho tiempo y que no le ha impedido seguir siendo, por mucho, la primera potencia mundial. Además, un cambio en esa dirección no garantizaría la creación de empleos en la industria manufacturera, como él asegura.

Lo que es seguro es que los aranceles modifican los precios relativos de los bienes gravados y, aunque el presidente invoque razones nacionalistas, el efecto real es un aumento de impuestos que afecta a los consumidores y a las empresas que dependen de los bienes comercializables perjudicados.

Por ello, un artículo de la revista en línea Law & Liberty plantea que, en lugar de aprobar “medidas proteccionistas obsoletas”, EEUU debería centrarse en reformas económicas significativas, como políticas fiscales sólidas que aborden los verdaderos problemas estructurales que, en parte, reflejan los desequilibrios comerciales.

La diplomacia fallida

La manera en que se transmite un mensaje puede ser tan importante como el propio contenido. Así, aunque Trump pueda tener razón en ciertos aspectos, la polarización y la falta de diplomacia que marca su forma de hacer política puede hacer que su mensaje no sea escuchado o que sus políticas no logren el apoyo necesario para implementarse de manera efectiva, lo que se agudiza en las relaciones internacionales.

Los modales ásperos y hasta virulentos de Trump empañan la comprensión del problema de fondo: EEUU es el país más abierto al comercio, y el sistema de libre comercio mundial es inherentemente asimétrico. Durante la posguerra de 1945, EEUU, ya consolidada como la principal potencia mundial, vio la necesidad de apoyar a los países devastados por la Segunda Guerra Mundial. Por ello, abrió sus mercados a Europa, donde además puso en marcha el benefactor Plan Marshall. El objetivo fue evitar que las dificultades económicas de países en ruinas alimentaran una espiral de nacionalismo y competencia que pudiera derivar en un nuevo conflicto bélico.

Esa visión estadounidense, en alianza con potencias occidentales que históricamente han protegido más sus mercados, dio lugar a la creación de la economía global y a flujos comerciales y financieros sin precedentes en la historia de la humanidad. Sin embargo, hoy estos están bajo tensión debido a la irrupción de un nuevo jugador, China, cuya influencia, más poderosa que la de la ex Unión Soviética, ha cambiado las reglas del comercio y los negocios globales.

Distorsiones al libre comercio

Desde su ingreso a la Organización Mundial de Comercio, China ha sido acusada de usar prácticas comerciales desleales para ganar ventaja globalmente. Sobre este aspecto, existe un consenso bipartidista en Washington.

Se ha denunciado al régimen de Xi Jinping de prácticas desleales de manipulación de la moneda, subsidios directos e indirectos a sus empresas estatales, permitiéndoles vender productos por debajo del costo real, robo de propiedad intelectual y espionaje industrial, y restricciones al acceso de empresas extranjeras.

Por otra parte, en EEUU observan cómo Pekín ingresa al mercado estadounidense a través de terceros países, sin que ello signifique una maniobra ilegal. Un ejemplo de esto son los sectores manufactureros de China que se instalan en México para aprovechar las condiciones favorables del Tratado de Libre Comercio de América del Norte  (T-MEC).

El diario The New York Times publicó un artículo, en diciembre pasado, que dice: “En los últimos años, las empresas chinas han construido fábricas en México, aprovechando el pacto de libre comercio de América del Norte para acceder al mercado estadounidense. Siempre que cumplan las denominadas normas de origen —requisitos de que determinados porcentajes de piezas y materias primas procedan de proveedores norteamericanos—, sus productos se consideran de fabricación mexicana. Pueden acceder a Estados Unidos libres de impuestos”.

En 2023, las empresas chinas realizaron 42 inversiones en México por un valor total de US$770 millones , más del triple que en los años anteriores a 2020, según Rhodium Group, una organización de investigación independiente, especializada en la dinámica económica y política de China, el cambio climático global y los sistemas energéticos.

En febrero de 2023, el mismo periódico neoyorkino informó que empresas chinas se “están estableciendo operaciones dentro del bloque comercial de América del Norte como una forma de suministrar bienes a los estadounidenses, desde productos electrónicos hasta ropa y muebles”.

Puede que Trump tenga razón en el problema de fondo, pero el uso desacertado de los aranceles y su bravuconería diplomática, incluso con aliados de Occidente, están perjudicando la oportunidad de encauzar el comercio por el camino adecuado.

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Opinión:

Comments (5)

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