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Crimen organizado: el ladrón silencioso del futuro
Daniel Supervielle, 2 de mayo de 2025
Imagine una región donde el talento y los recursos abundan, pero el miedo y la violencia permanente matan los sueños.
En América Latina y el Caribe, el crimen organizado no es solo un titular de noticias; es una sombra que frena el desarrollo, perpetúa la pobreza y la desigualdad, y oscurece el porvenir. Así lo denuncia el Banco Mundial (BM) en su Reporte Económico de América Latina y el Caribe de abril de 2025, titulado Crimen Organizado y Violencia en América Latina y el Caribe. El informe busca despertar conciencia y llama a la acción sobre la urgencia de combatir el crimen organizado en todos sus frentes, no solo como un problema de seguridad, sino como un obstáculo crítico para desbloquear el futuro de la región.
El BM pinta un panorama sombrío: América Latina y el Caribe crecieron solo un 1,6% en 2024, y las proyecciones de 2,1% para 2025 y 2,4% para 2026 la mantienen como la región menos dinámica del mundo. El crimen organizado agrava este estancamiento, drenando recursos vitales. Según el Banco Interamericano de Desarrollo, en 2022, los costos directos del crimen —pérdidas de capital humano y gastos en seguridad— equivalieron al 3,4% del PIB regional, una carga que roba fondos a la educación, la salud y el desarrollo de infraestructura, condenando a millones a la pobreza y la desesperanza.
El informe del BM revela que el crimen organizado ha evolucionado, pasando del narcotráfico a mercados ilícitos diversificados como la trata de personas, la extorsión, los secuestros, la minería ilegal, el contrabando de fauna silvestre y el cibercrimen. Con solo el 9% de la población mundial, la región registra un tercio de los homicidios globales, y el 50% de los delitos se concentra en apenas el 2,5% de las calles urbanas de América Latina y el Caribe, por lo general, barrios donde el Estado brilla por su ausencia. Estas cifras no son solo números; son un llamado de alerta sobre cómo la violencia erosiona la calidad de vida y la confianza en las instituciones, ahuyentando inversiones y frenando el crecimiento.
La raíz del problema yace en la falta de oportunidades, la débil presencia estatal y la fragilidad institucional. El crimen organizado prospera y se fortalece donde el Estado no llega, alimentándose de familias necesitadas, jóvenes vulnerables y comunidades marginadas. La ausencia de datos comparables entre países, como señala el informe, dificulta diseñar políticas efectivas. Sin embargo, el índice de la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional (GI-TOC) muestra que 12 países de la región están entre los 50 con mayor criminalidad a nivel global, un problema que comparte escenario con naciones como Myanmar, Rusia o Sudán del Sur.
No basta con medidas represivas. El BM aboga por un enfoque integral: fortalecer cárceles, profesionalizar policías y robustecer sistemas judiciales en el corto plazo, mientras se invierte en educación y empleo de calidad a largo plazo. La prevención, dirigida a jóvenes en riesgo, es clave para romper el ciclo de reclutamiento criminal. Pero estas soluciones requieren algo más: voluntad política y colaboración internacional. Factores externos, como el tráfico de armas desde Estados Unidos o la fallida guerra contra las drogas, alimentan la violencia y deben abordarse inmediatamente por la comunidad internacional.
El informe deja claro que ningún país puede enfrentar este desafío por sí solo. La coordinación entre gobiernos, instituciones y socios internacionales es indispensable para desmantelar redes que operan sin fronteras. Ignorar esta necesidad es condenar a la región a un futuro de inseguridad y subdesarrollo.
Tomemos conciencia: el crimen organizado no es un problema aislado, sino una barrera estructural con tentáculos en todo el mundo que frena el progreso de América Latina. Cada homicidio, cada extorsión, cada mercado ilícito que prospera es un recordatorio de lo que está en juego. No combatir este flagelo en todos sus frentes —seguridad (retomar el control de las cárceles), prevención en las comunidades, instituciones firmes y libres de corruptos, junto a cooperación global— es resignarse a una inestabilidad permanente que perpetúa la desigualdad, el estancamiento y el subdesarrollo.
La realidad nos pone frente a un espejo: o enfrentamos el crimen organizado con decisión y visión de largo plazo, o la región seguirá rezagada en un mundo que no espera. América Latina merece más. Es hora de actuar, no solo porque nadie quiere vivir en un infierno, sino por el mañana de un continente que se merece un futuro mejor.