Un desierto de desconfianza, con espejismos periódicos

Nelson Fernández Salvidio, 8 de setiembre de 2025

Milei asumió la derrota electoral, trató de dar serenidad a los mercados con la ratificación de disciplina fiscal, monetaria y cambiaria, y minutos después, desde su prisión domiciliaria por corrupción, la ex presidenta de Argentina, Cristina Fernández, alentó la vuelta al poder del peronismo.

Así es la Argentina: hasta hace poco se hablaba de un león en el sillón presidencial para cambiar el rumbo del país, y en estas horas quedó la sensación que a mitad de período, cuando todavía no cumplió dos de los cuatro años, está casi acabado.

Ni una cosa, ni la otra. Falta mucho tiempo y habrá que ver qué sucede en un país que es una caja de sorpresas en cada semana.

El movimiento peronista celebró la noche del domingo una victoria electoral y el duro mazazo al gobierno de Milei; casi nadie reparó que se elegían 46 de 92 diputados y 23 de 46 senadores.

La puja electoral del domingo se había convertido en un plebiscito sobre el gobierno de Milei, y en las urnas los peronistas -todos unidos en “Fuerza Patria”- lograron 47%, frente a 33,8% de los mileinistas (“La Libertad Avanza”) junto a los macristas del Pro y otros, que para aliarse fueron obligados a mimetizarse en lema y color de boleta.

El Partido Justicialista sufría tensiones durísimas en su interna, pero se unió para votar bajo un mismo lema.

Los hermanos Milei se pelearon con todos los que pudieron hacerlo, incluso con la vicepresidenta, con los aliados electorales que les llevaron a la Casa Rosada, y con los gobernadores que le daban votos para impulsar sus reformas. Se pelearon y los insultaron.

La Provincia de Buenos Aires concentra 37% del electorado de Argentina, Córdoba 9%, Santa Fé 8%, Capital Federal 7%, Mendoza y Tucumán 4% cada una, y el resto se reparte entre 18 provincias.

El triunfo peronista es muy mal dato para los libertarios.

El mazazo no fue solo para los perdedores en las urnas, sino que también fue un golpe a las expectativas de inversores productivos y financieros. 

Argentina es un desierto de desconfianza con espejismos desperdigados en el tiempo, que cada tanto hacen creer que puede haber una salida a otro escenario. Pero creer no es confiar.

Los liderazgos políticos se debaten entre los que no pueden generar confianza y los que disfrutan de provocar tormentas de arena que inquietan a inversores y consumidores.

No hay partidos políticos que canalicen el descontento; no hay líderes que den cauce a la confianza y la esperanza.

El siglo XX comenzó con tres décadas de crecimiento apoyado en exportaciones, pero a partir del ‘30 la economía cayó en estancamiento y desigualdad social, que desde el ’45 quiso “arreglar” Juan Domingo Perón, pero que derivó en caída exportadora, inflación creciente y crisis. Perón fue derrocado y siguió la inestabilidad política con intentos de estabilización frustrados, más inflación, más deuda, menos reservas.

La dictadura militar (1976-1983) terminó con una dura crisis bancaria, recesión y, otra vez, espiral de precios. Su propio desgaste político, tras la guerra de Malvinas, hizo el resto.

La recuperación de la democracia (1983) llegó con un respiro de libertad, pero la economía siguió en problemas y Raúl Alfonsín debió anticipar en 1989 el traspaso de mando en medio de una hiperinflación.

Otro respiro llegó cuando, en los ’90, el tándem Menem-Cavallo logró la estabilidad de la moneda, un empuje inversor con privatizaciones y un boom de consumo basado en la paridad uno a uno del peso con el dólar. Al final del segundo período de Menem, esto se tradujo en una bomba de tiempo, que explotó en 2001 en las manos de Fernando De la Rúa, que debió irse de la Casa Rosada en helicóptero.

Tras el festejo ovacionado del default en el Congreso, en medio del ciclo de varios presidentes en pocos días, Néstor Kirchner tomó el timón en 2003, pese a no ganar una elección (resultó ganador porque Menem se bajó del balotaje) y por poco tiempo aprovechó el viento a favor de la economía mundial, pero sus medidas, y sobre todo las de su sucesora y esposa, Cristina Fernández (2007-2015), hicieron que la Argentina sufriera un tiempo lastimoso de empobrecimiento del país.

La pobreza estructural y dura se instaló como nunca.

Otro foco de expectativa se dio en 2015, con Mauricio Macri presidente, pero la madeja dejada por el kirchnerismo, con cepo cambiario, tarifas congeladas, distorsión absoluta de los mercados y derrumbe de la inversión, era un desafío de extrema complejidad para desarmar. Duró poco.

En 2019 llegó la dupla Alberto Fernández-Cristina Kirchner, que se convirtió en trío en 2022 con Sergio Massa y su máquina de destrucción monetaria y fiscal.

Ese trío fue la imagen más pura del despilfarro y la generación de pobreza.

Emergió Javier Milei en 2023 con la expectativa de un cambio profundo, que en inicio logró un arreglo fiscal, con inflación convergiendo a cierta normalidad y liberación del cepo cambiario.

Pero antes de cumplir dos años de gestión, su gobierno cayó en el descrédito por enredos internos absurdos, desprecio a las instituciones, agravio a socios políticos y señales económicas preocupantes. En lugar de aprovechar el poder político para sumar amigos y eventuales socios, Milei coleccionó adversarios como si tuviera espalda para bancar eso.

Creído que es el león de la selva, sacó pecho convencido de que las urnas le darían más poder, y anoche sufrió un revés, justo cuando está en medio de una crisis política interna y simultáneamente volvieron nubarrones en el cielo económico.

Desde 1930, Argentina fue un campo de arena con desconfianza instalada; generó expectativas en ocasiones aisladas -la caída de Perón (1955), el fin de la dictadura militar (1983), los primeros logros de Menem (1990), el colapso “K” y la llegada de Macri (2015) y hace dos años con Milei (2023).

Solo fueron focos de posible salida, sin consistencia para evitar la desconfianza.

Así es Argentina, hace casi un siglo.

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Opinión:

Comments (5)

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