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La edición de noviembre de PULSO, última del año dedicada al panorama global, confirma que 2026 llegará con una agenda internacional intensa y repleta de definiciones que, vistas en perspectiva, pueden moldear el rumbo geopolítico y alterar el equilibrio del orden mundial. Un primer indicador es el anuncio de dos reuniones cara a cara entre los líderes de las potencias que disputan la primacía global. Donald Trump y Xi Jinping conversaron por teléfono y acordaron celebrar una cumbre en Washington y otra en Pekín, instancias destinadas a establecer mecanismos para gestionar diferencias y evitar que la rivalidad derive en confrontación abierta o, peor aún, en una relación de enemigos declarados.
Xi movió primero y puso sobre la mesa el tema sensible de Taiwán frente a un Trump que, para algunos observadores, luce más receptivo a los intereses de Pekín. El gesto encendió alertas en varias capitales europeas y obliga a la primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, a ajustar su estrategia ante un régimen chino al que viene cuestionando con firmeza.
El próximo año también permitirá evaluar cuán sólida será la estabilidad en Medio Oriente tras el cese al fuego entre Israel y Hamás, un acuerdo donde la mediación de Trump fue determinante. En paralelo, será clave observar cómo el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, capitaliza el apoyo excepcional que recibió de Washington, que lo elevó al rango de socio estratégico con un estatus comparable al de aliados históricos de Estados Unidos.
A ello se suma la consolidación del concepto de Estado-civilización, una visión según la cual un país se considera portador de una identidad civilizatoria que trasciende territorio, lengua o etnia. Este marco conceptual se vuelve relevante ante las nuevas tensiones entre India y Pakistán, dos potencias nucleares que actúan bajo la mirada permanente de Estados Unidos y China. No solo importa el conflicto como tal: importa el tablero global que se configura detrás de cada movimiento.
LA LUPA
El acuerdo de paz en Ucrania se mueve con cautela

Donald Trump junto con Zelensky en la Casa Blanca, en febrero de 2025 (EFE).
Las negociaciones para un acuerdo de paz que ponga fin a la guerra de Rusia en Ucrania, impulsadas por la administración de Donald Trump, siguen en marcha y, como era previsible, tomarán más tiempo del que anticipaba la Casa Blanca.
A mediados de mes, emisarios de Donald Trump hicieron llegar —primero a Kiev y luego a Moscú— un plan de paz de 28 puntos. Trump exigió una respuesta antes del Día de Acción de Gracias, que este año se celebró el 27 de noviembre, pero no se recibió ninguna.
El contenido del documento dejaba ver un sesgo favorable a los intereses de Rusia e incorporaba parte de las exigencias del presidente Vladimir Putin, puntos que fueron rechazados tanto por Ucrania como por varios líderes europeos.
Del lado del Kremlin, sin embargo, se hizo saber a los delegados estadounidenses que la propuesta podría servir como base para un eventual fin de la guerra.
En ese escenario, la salida del conflicto empezó a transitar una línea extremadamente fina, tensada entre las demandas de seguridad de Kiev y las concesiones que Moscú considera imprescindibles para aceptar un acuerdo.
En los últimos días, las negociaciones siguieron su curso con un borrador acotado a 19 puntos que Ucrania avaló con reservas todavía abiertas. Al cierre de PULSO, Rusia no había expresado una posición oficial.
Las modificaciones a la propuesta original de Trump no implican un cierre desde la perspectiva europea, sino un filtro que mantiene en suspenso los capítulos donde persisten diferencias sustanciales, en especial el futuro de los territorios reclamados por el Kremlin y aún no ocupados por Rusia. Ese punto, el más sensible, quedó reservado para una decisión directa entre presidentes.
Washington transmite optimismo y habla de “conversaciones constructivas”, un mensaje que contrasta con el tono más medido del lado ucraniano, que se limita a destacar la continuidad del diálogo.
Como es lógico en procesos de paz complejos y destinados a cerrar una guerra larga, cuando la agenda se acota las discrepancias se vuelven más visibles. No obstante, ambas delegaciones admiten públicamente que la negociación avanza, aunque sea por carriles estrechos.
Por los trascendidos del documento en la prensa internacional, el núcleo duro está en la cuestión territorial. El plan propone que Ucrania entregue el 11% del Donbás bajo su control a cambio de un reconocimiento internacional que declare zona desmilitarizada esa franja y prohíba el despliegue ruso.
Zelenski sostiene que retroceder dentro de sus fronteras abriría la puerta a nuevas ofensivas y consolidaría la lógica de premios territoriales por invasión. En ese esquema, el resto del Donbás quedaría bajo control ruso. Ante la falta de consenso, el punto parece haber quedado sujeto a una definición política de los presidentes.
Las garantías de seguridad también permanecen abiertas. El borrador prevé que un nuevo ataque ruso activaría una respuesta militar coordinada de Estados Unidos y Europa, aunque sin definir alcance, forma ni compromiso operativo real. Para Kiev, ese vacío es más que semántico: es la diferencia entre una disuasión efectiva y un acuerdo ambiguo, una fragilidad que condiciona cualquier concesión territorial.
Otro cambio relevante fue la flexibilización del límite al tamaño del ejército ucraniano. La propuesta original fijaba un máximo de 600.000 efectivos; el texto revisado eleva la cifra a 800.000, más en línea con la posición europea y con la capacidad defensiva mínima que Kiev considera necesaria. Aun así, el ajuste contrasta con la ausencia de límites para las fuerzas rusas, lo que desnivela la correlación militar en el largo plazo.
El documento suaviza también la sección vinculada a la OTAN. El borrador ya no bloquea explícitamente una futura incorporación ucraniana, aunque tampoco la habilita. El tema podría negociarse por fuera del acuerdo principal y sin Rusia en la mesa, algo que los europeos respaldan, pero Moscú rechaza. La disputa sobre el alcance de la ampliación atlántica confirma que el tratado busca congelar la guerra, pero no necesariamente definir el equilibrio estratégico posterior.
Finalmente, el destino de los activos rusos congelados —unos 300.000 millones de dólares— abre otro frente. Estados Unidos propone utilizarlos para reconstrucción y para inversiones bilaterales con Moscú, mientras la Unión Europea insiste en que el total debe financiar la recuperación ucraniana.
Allí tampoco hay cierre, porque la llave financiera no está en Washington. Zelenski reclama que esos recursos sirvan para que quien destruyó pague, pero la ingeniería política y legal aún no aparece.
Los próximos días serán decisivos para conocer el destino de la propuesta estadounidense. Los tiempos de Trump, que busca una respuesta afirmativa en el corto plazo, no necesariamente coinciden con los de Putin y Zelensky. Ambos liderazgos atraviesan la guerra desde posiciones distintas, pero comparten un punto crítico: se juegan el lugar que ocuparán después del conflicto.
En definitiva, el zurcido final atraviesa dimensiones territoriales, militares y geopolíticas que, desde la mirada occidental, vuelven a una pregunta básica y difícil de resolver: cómo terminar esta guerra sin habilitar la próxima.
EL RASTREADOR
Trump y Xi juegan sus cartas en el conflicto indo-pakistaní

Manifestantes pakistaníes apoyan al jefe del Ejército, Asim Munir. (EFE)
El histórico enfrentamiento entre India y Pakistán, dos potencias nucleares con décadas de disputa, atraviesa hoy una fase tensa. Pero lo que antes era un conflicto esencialmente regional ahora está condicionado por la intervención indirecta de las dos máximas potencias globales: Estados Unidos y China.
En los últimos meses, Pakistán logró un acercamiento con Washington que se preveía inesperado. El giro se hizo visible cuando el jefe del ejército pakistaní, Asim Munir, considerado como el hombre más poderoso del país, fue recibido por Trump en un almuerzo privado de dos horas en Washington, apenas semanas después del enfrentamiento más duro entre India y Pakistán en años.
Trump pasó de acusar a Pakistán de “mentiras y engaños” a elogiar a Munir como su “mariscal de campo favorito”, en un salto diplomático que sorprendió a analistas y funcionario del gobierno indio.
La estrategia pakistaní para acercarse a Estados Unidos combinó cooperación antiterrorista, promesas de acceso a recursos naturales y una serie de acuerdos para desarrollar proyectos de minería digital con empresas ligadas a la familia de Trump. El resultado fue un alivio arancelario para el país asiático y los elogios desde la Casa Blanca.
Pakistán mantiene vínculos históricos con China, Irán y los Estados del Golfo, en menor medida con Rusia y, ahora, con Estados Unidos.
India, por su parte, vivió semanas complicadas. Tras ataques terroristas en Nueva Delhi, capital de India, e Islamabad, capital pakistaní, las acusaciones cruzadas entre ambos países reavivaron las tensiones. A ello se sumó un golpe económico: los aranceles estadounidenses sobre productos indios se elevaron al 50%, uno de los más altos del mundo, mientras Pakistán, en cambio, solo sufrió recargo del 19% sobre sus productos. Funcionarios en Nueva Delhi hablan de irritación profunda y de un deterioro inesperado en una relación que durante años se consideró estratégica.
En paralelo, China, quien también se vio envuelto en los últimos años en escaramuzas con India en un contexto de históricas disputas territoriales, reforzó su papel como sostén estructural de Pakistán.
Munir viajó a Pekín para reunirse con altos mandos del Ejército Popular de Liberación y con Wang Yi, prometiendo proteger a los trabajadores chinos desplegados en obras del Corredor Económico China-Pakistán. Islamabad sigue dependiendo de la refinanciación de deuda y de inversiones clave provenientes de Pekín, lo que asegura un alineamiento tácito con China, incluso mientras corteja al presidente estadounidense.
El nuevo escenario es inédito: Trump y Xi actúan, cada uno desde su propio cálculo político y estratégico, como padrinos extraoficiales de los dos rivales del sur de Asia. Estados Unidos parece inclinarse coyunturalmente hacia Islamabad, mientras China refuerza su vínculo histórico con Pakistán. India, aislada y bajo presión interna, se ve forzada a recalibrar su política exterior.
El conflicto indo-pakistaní, lejos de reducirse, se ha convertido en un nuevo capítulo de la competencia global entre Estados Unidos y China.
LAS SEÑALES
El acuerdo entre Israel y Hamás avanza con lentitud y tropiezos

Destrucción en Khan Younis, ciudad del sur de la Franja de Gaza, 24 de noviembre de 2025. (EFE)
Israel empieza a reducir el número de reservistas en Gaza, un indicio de que se aleja la guerra intensa que estalló hace más de dos años con el ataque terrorista de Hamás.
Sin embargo, el alto el fuego, previsto en la primera fase de un ambicioso acuerdo de paz, se muestra frágil por los combates puntuales de ambos lados, que amenazan con echar todo por tierra y, por ahora, dificultan seriamente el avance hacia la segunda fase del plan, más exigente: el desarme de Hamás y la instalación de una fuerza internacional que ayude a restablecer el orden en un territorio palestino devastado.
La liberación de todos los rehenes vivos por parte de Hamás, así como de la mayoría de los cuerpos de rehenes muertos, había alimentado las esperanzas de que el alto el fuego podía abrir un camino real hacia la paz.
Veintiséis cuerpos fueron entregados a Israel en el marco del alto el fuego y del intercambio de rehenes por prisioneros entre Israel y Hamás. El grupo también se comprometió a buscar los restos de quienes aún permanecen en una Gaza destruida.
Los ataques israelíes de semanas pasadas —como respuesta a acciones armadas de militantes de Hamás y facilitados por una dirigencia que busca reafirmar su control político en la Franja— hicieron dudar de la solidez del plan de paz. A esto se sumó la reacción de Hezbolá en el Líbano, aliado clave de Hamás, que intenta recuperar capacidad de fuego y reforzar filas desgastadas.
Pese a todo, ni Israel ni Hamás plantearon volver a la situación previa, y el plan siguió adelante.
Hoy la Franja está partida en dos. En la zona donde se concentra la población, Hamás volvió a imponer su control con métodos violentos. En la otra mitad, casi vacía, Israel instaló más de veinte puestos militares para asegurar una franja de seguridad. Ambas fuerzas permanecen firmemente atrincheradas, reflejo de un clima de desconfianza que introduce incertidumbre sobre el avance del acuerdo.
Según el plan de 20 puntos presentado por Donald Trump a fines de setiembre —aceptado por las partes— esta división sería temporal. Una vez conformado un gobierno palestino encargado de los asuntos civiles y desplegada una Fuerza Internacional de Estabilización para iniciar el desarme de Hamás, Israel reduciría su presencia y se retiraría a una zona de seguridad más limitada.
Una dificultad adicional es la falta de acuerdo sobre los nombres del gobierno transitorio en Gaza, en un proceso en el que intervienen varios países y confluyen intereses diversos.
Paralelamente, la administración estadounidense impulsa un plan para construir comunidades destinadas a palestinos desplazados en zonas de Gaza bajo control israelí. Estas comunidades incluirían viviendas, escuelas y hospitales, y podrían funcionar como modelo para la futura reconstrucción. La propuesta se plantea como una solución temporal hasta que sea posible una rehabilitación definitiva en áreas menos expuestas a la influencia de Hamás.
Bin Salman refuerza su liderazgo árabe

Príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, y el presidente estadounidense Donald Trump, 18 de noviembre. (EFE)
La gira del príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman por Estados Unidos este mes consolidó su posición como figura central en Medio Oriente. La recepción ofrecida por el presidente Donald Trump —alfombra roja, desfile de caballos, cena de gala y defensa frente a preguntas sensibles— marcó un salto diplomático sin precedentes para un líder árabe reciente.
La designación de Arabia Saudita como aliado estratégico no perteneciente a la OTAN y la posible venta de aviones F-35 fortalecen su papel internacional y reflejan su influencia en la Casa Blanca.
El asesinato en 2018 del columnista del Washington Post Jamal Khashoggi, que la CIA concluyó fue orquestado por el príncipe heredero, fue el tema más controvertido de la conferencia en la Casa Blanca. Ante una pregunta sobre el caso, Trump afirmó que Bin Salman “no sabía nada” del crimen.
Con el respaldo estadounidense, el príncipe heredero amplía su margen para intervenir en conflictos como Sudán y Yemen, gestionar la rivalidad con Irán y negociar con potencias en sus propios términos, consolidándose como un actor clave en la geopolítica regional. Además, esta posición le permite proyectar al país como una potencia global.
EL TERMÓMETRO
Nueva primera ministra japonesa incomoda a China

Sanae Takaichi, nueva primera ministra de Japón. (EFE)
Sanae Takaichi, de 64 años y conocida por su línea conservadora y nacionalista, se convirtió a finales de octubre en la primera mujer que ocupa el cargo de primera ministra de Japón tras ganar el liderazgo del Partido Liberal Democrático (PLD). La nueva líder, discípula política del asesinado exmandatario Shinzo Abe y defensora histórica de un Japón con mayores capacidades militares, ha marcado un giro más en la política exterior japonesa, especialmente hacia China.
Su coalición con el Partido de la Innovación de Japón le permitió ser investida, pero carece de mayoría sólida en ambas cámaras. Apenas un mes después de asumir el poder, su gobierno registra índices de aprobación cercanos al 70%, más del doble de los que tenía su predecesor, Shigeru Ishiba. Entre sus medidas más populares se encuentra el anuncio de una revisión integral de las políticas migratorias niponas con una importa más estricta para los foráneos que se quieran establecer en el país.
En el frente económico, la mandataria propuso estímulos fiscales proactivos, política monetaria flexible y reformas estructurales para impulsar el crecimiento en sectores clave como semiconductores, inteligencia artificial, energía nuclear, biotecnología y defensa. En este último ítem, plantea aumentar el gasto militar desde el actual 1,2% del PBI a 2%.
Tensiones con China
Un movimiento que hizo eco en los medios internacionales fue el despliegue de misiles en la isla de Yonaguni, situada a unos escasos 110 kilómetros al oriente de la isla de Taiwán, lo que encendió las alarmas rojas en Pekín. Takaichi afirmó que la seguridad de Taiwán ante un intento de invasión o bloqueo por parte de la China continental “es una cuestión de supervivencia” para Japón. lo que abriría la puerta a una respuesta militar en defensa propia.
China, en respuesta, canceló vuelos turísticos a Japón, amenazó con prohibir importaciones de mariscos japoneses y reprendió a Tokio en foros internacionales. Analistas interpretan estas medidas para enviar una advertencia a otros aliados de Taiwán y, en última instancia, a Estados Unidos.
Lejos de retroceder, Takaichi mantiene el pulso. En su primer mes recibió elogios del presidente Donald Trump, quien la describió como “una de las líderes más importantes de Japón”, y el respaldo explícito de Washington.
LO QUE SE VIENE
Las cumbres que marcarán el rumbo del mundo

Presidente de China, Xi Jinping (izquierda) y presidente de Estados Unidos, Donald Trump (derecha). (EFE)
En esta última edición de PULSO de 2025 sobre los acontecimientos globales, resulta relevante observar la reciente disminución de tensiones entre los presidentes Donald Trump (Estados Unidos) y Xi Jinping (China), dos líderes que rivalizan por la supremacía global. Si esto se leyera como una obra literaria, podría considerarse un exordio bien concebido, que prepara el terreno para las dos reuniones cara a cara que ambos jefes de Estado mantendrán el próximo año, en las que buscarán encauzar profundas diferencias que tienen el potencial de convertir la competencia en enemistad.
Dos cumbres que probablemente definirán el curso de los principales asuntos que dividen a ambas potencias y que tendrán consecuencias para el resto del mundo, como demuestra la delicada situación de Europa, atrapada en un laberinto por las tensiones generadas por la rivalidad de estos dos colosos.
El pasado lunes 24, Trump declaró que aceptó la invitación de Xi para visitar Beijing en abril próximo, correspondiendo con la invitación al líder chino a realizar una visita de Estado a Washington también el próximo año.
Las reuniones fueron tema de conversación telefónica entre ambos, casi un mes después de su encuentro en Corea del Sur, en la que discutieron temas como Ucrania, fentanilo y compras de soya estadounidense. Trump destacó en redes sociales que la relación con China es “extremadamente fuerte”, subrayando la importancia estratégica de mantener un canal directo con Pekín.
Históricamente, la iniciativa de Xi es excepcional: el último contacto similar iniciado por un líder chino se remonta a 2001, tras los ataques terroristas del 11 de setiembre.
China, por su parte, informó que la conversación incluyó comercio, la situación de Taiwán y la guerra en Ucrania, sin mencionar las visitas de Estado. La llamada iniciada por Xi, un gesto diplomático inusual, habla por sí sola de la prioridad estratégica que China asigna a la isla.
Según el Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Xi reafirmó que la reintegración de Taiwán es “una parte integral del orden internacional de posguerra” y expresó su deseo de alcanzar un “acuerdo de paz justo, duradero y vinculante” en Ucrania.
Al plantear directamente la cuestión, Xi buscó que Estados Unidos reafirme su postura de “Una sola China” y reduzca la ambigüedad estratégica, presionando a Trump para que respalde formalmente la reunificación pacífica de Taiwán.
La iniciativa se produce en un contexto de creciente tensión regional, tras la advertencia de la primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, sobre la posible intervención militar de Japón si China actuara contra Taiwán, lo que aumenta la presión sobre Washington.
Trump, en cambio, orientó la conversación hacia Ucrania, buscando proyectar liderazgo en la resolución del conflicto y equilibrar su interacción con Pekín.
La simultaneidad de los temas —Taiwán y Ucrania— pone de relieve la complejidad de la agenda bilateral y evidencia que ambos líderes intentan avanzar en prioridades estratégicas poco frecuentes en conversaciones directas.
En ese sentido, la omisión de Taiwán en los comunicados estadounidenses llama la atención y podría interpretarse como una señal favorable a los intereses de Pekín.
Al mismo tiempo, el régimen de Xi busca reforzar su papel en la búsqueda de un acuerdo de paz en Ucrania, ofreciendo respaldo diplomático y económico a Rusia. Esto evidencia un intento de ampliar su influencia global mientras negocia sus intereses estratégicos en Asia.
El encuentro previsto en Pekín en abril permitirá desentrañar el avance de la ríspida agenda bilateral de ambos países. China aspira a que la visita de Trump permita avanzar en compromisos concretos sobre Taiwán y reducir la ambigüedad estadounidense, mientras Washington busca avances tangibles en Ucrania y en la relación comercial bilateral.
En esta suerte de cruce de cooperación y competencia global, cada gesto diplomático de Xi con Trump y viceversa tiene el potencial de redefinir la conversación mundial.
Aún queda por determinar si estos líderes mundiales están dispuestos a alcanzar un acuerdo o a colaborar en el acceso a los minerales llamados “tierras raras”, fundamentales para mantener la producción de tecnología de punta al ritmo de un tren bala, un área en la que China domina con ventaja y que subraya la intensa rivalidad entre la primera y la segunda potencia mundial.
En “Lo que se viene” en 2025, entonces, las cumbres con el protagonismo de Trump y Xi serán clave para proyectar el futuro inmediato.