Pulso Global | Abril - Mayo 2023

Fecha de publicación: 5/2023

Bienvenidos a una nueva edición de PULSO, un producto que mensualmente intercala la realidad global con la regional. Esta edición está enfocada en el mundo y la próxima se detendrá en todos los temas relevantes de América Latina y el Caribe. 

En esta oportunidad, analizamos en "La Lupa" la crisis política en Francia por la reforma de la seguridad social que aprobó el gobierno de Emmanuel Macron, que deja muchas enseñanza a los países que necesitan adecuar el régimen previsional.

 Asimismo, incluimos en esa sección una interpretación sobre los desafíos que enfrenta el rey Carlos III para el futuro de la corona británica.

 En "Las Señales", la realidad política de EEUU con el anuncio de la candidatura del presidente Joe Biden de cara a las elecciones de 2024.

 También nos detenemos en la inédita unidad europea y la fortaleza de la OTAN, todo ello debido a la agresión militar de la Rusia de Vladimir Putin.

 La influencia de China que se acerca a países de Oriente Medio, como Arabia Saudita e Irán, y sus vínculos con Rusia es el abordaje de "El Rastreador".

 "El Termómetro" le toma la temperatura a la ola de migrantes que llegan a las fronteras de EEUU y Europa, lo que justifica hablar de una nueva crisis de refugiados. 

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La reforma jubilatoria de Francia, tan necesaria como resistida

La disputa y el enojo que provoca en Francia la reforma jubilatoria del obstinado y arriesgado presidente Emmanuel Macron, en contra de la mayoría del sistema político y la opinión pública, conforman un arquetipo contemporáneo de los obstáculos que enfrentan los liderazgos democráticos para tomar decisiones necesarias, pero antipáticas, como supone los ajustes del estado de bienestar a los cambios de la pirámide poblacional que ejerce cada vez más presión a las finanzas públicas.

El jefe de Estado francés se puso al hombro una impopular reforma de la seguridad social que lleva de 62 a 64 años la edad mínima de jubilación, desde 2030, y pasa de 42 a 43 los años de cotización, para poder recibir la pensión completa, a partir de 2027.

La cruda realidad está del lado de Macron. Una pirámide demográfica envejecida -que se refleja en el avance de la población pasiva con relación a la activa- combinado con el aumento de la esperanza de vida, obligan a destinar más recursos públicos para el mantenimiento de las prestaciones sociales.

Parece razonable que, si los franceses viven hoy 20 años más que hace unos 70 años, entonces, se alargue el tiempo de trabajo.

En promedio, en 2020, las mujeres vivían hasta los 85 años; los hombres, hasta los 79 años, cifras que ubican al país galo como uno de los más avanzados del mundo en esta materia.


Cada cinco minutos haya tres personas más en edad de jubilarse.

Según el Instituto Nacional de Estudios Demográficos, el aumento en la esperanza de vida y los baby boomers en proceso de envejecimiento (las personas nacidas entre 1946 y 1964), explican que cada cinco minutos haya tres personas más en edad de jubilarse.

Se calcula en alrededor del 15% del PIB el gasto en pensiones, una erogación en crecimiento sin la reforma previsional.

Bajo la sombra de un generoso estado de bienestar, el sistema jubilatorio es un orgullo nacional y forma parte de la identidad francesa. En promedio, una cuarta parte de la vida de la población transcurre en condición de jubilado y, además, en buena forma, según estudios.

La reforma de Macron, lejos de medirse por su radicalidad, apenas pone a Francia en línea con la mayoría de los países europeos. La edad media de jubilación en el viejo continente se sitúa en los 65 años

En Alemania, la edad de jubilación es de 65 años y se planea elevarla a 67 años luego del 2030. En Italia es de 67 años con al menos 20 años cotizados, aunque se permite la jubilación con menos años si se cuenta con 38 años cotizados. En el caso de España, se sitúa en algo más de 66 años, con algunas excepciones.  

Pese a ello, en Francia hubo un rechazo generalizado a la reforma. Es que el debate público sobre el sistema jubilatorio se nutre de los números fríos de las estadísticas oficiales, pero también de los sentimientos de una ciudadanía muy celosa de un sistema jubilatorio clave en que solo el 4,4% de los jubilados viven por debajo del umbral de pobreza, una de las tasas más bajas de los países de la OCDE, y que se niega a aceptar la insostenibilidad del régimen todavía vigente.

Así las cosas, el presidente Macron -quizás impaciente por cumplir con una promesa de la campaña electoral-, avanzó con temple de acero en su aprobación, pero menos dedicación en conseguir un acuerdo legislativo, decisivo cuando se carece de mayorías propias.

Aprobada en el Senado, pero que le esperaba un naufragio seguro en la Asamblea Nacional (Cámara Baja), por los votos divididos hasta en legisladores aliados, el presidente se amparó en la cláusula 49.3 de la Constitución, que faculta al Poder Ejecutivo a aprobar un proyecto sin una votación completa del Parlamento.

Luego, la primera ministra Élisabeth Borne sobrevivió a dos votos de censura impulsados por la oposición y el Consejo Constitucional validó los aspectos medulares de la reforma, firme como ley desde el próximo mes de setiembre.  Además, por otro caso, rechazó una consulta a referéndum para mantener la jubilación en los 62 años, propuesto por grupos de izquierda opositores.

Puede interpretarse que Macron, que piensa en su legado, logró avanzar varios casilleros en una reforma clave para el futuro económico de Francia, que genera respeto en Bruselas, y que aleja al país del abismo de un presupuesto demasiado rojo -déficit público del año pasado fue de 4,7% y quiere llevarlo a alrededor de 3%-.  Pero, al mismo tiempo, el procedimiento desgastante de la ley jubilatoria, dejó una profunda herida de difícil cicatrización antes de que finalice su gobierno.

Dos de cada tres franceses se oponen a las medidas clave de la reforma y, por otro lado, una holgada mayoría también rechaza que haya sido aprobada mediante una prerrogativa presidencial.

Los ocho sindicatos más grandes del país cerraron fila y planean más protestas como las que se han visto estos meses en las calles de París y centros urbanos del país, ahora golpeando cacerolas y sartenes en cada lugar donde se presente Macron.

La izquierda agrupada en la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (NUPES), que representa el líder ortodoxo Jean-Luc Mélenchon, se opone de plano a la senda transformadora e insiste en estos días en bajar a 60 años la edad de jubilación; Marine Le Pen, líder de la derecha nacionalista y populista Agrupación Nacional, con posibilidades ciertas de llegar al Palacio del Elíseo en las elecciones presidenciales de 2027, impugna toda propuesta liberal en boca del presidente.

Macron, en su segundo y último período de gobierno, vive un calvario por cumplir con una promesa electoral, acusado de líder “autoritario” y “desconectado” de la realidad, que se refleja en la baja de popularidad a 26%.

En ese contexto, anunció que se toma 100 días para recorrer el país, y presentar un plan, hijo de un nuevo “rumbo” del estado de bienestar que lo ayude a recuperar el terreno político perdido. “Tengo que volver a participar en el debate público”, dijo.

El desafío es el cómo, si está a tiempo de reinventarse y ganar credibilidad, ante su rotundo fracaso en cumplir con su compromiso de unir a los franceses, que siguen sufriendo los males de la obstrucción por culpa de las divisiones.

Los desafíos de Carlos III

La solemne ceremonia religiosa de la coronación del rey Carlos III del Reino Unido, el sábado 6 de mayo, con toda la parafernalia y ritos propios de una monarquía con vestigios del medievo, alienta un debate público acerca de la validez y razonabilidad de que en el siglo XXI el jefe de Estado de una democracia liberal tenga carácter hereditario. 

Londres fue epicentro de tres días de celebraciones por la asunción del rey, de 74 años, que finalmente pudo ubicarse en la conocida “silla de la coronación”, de más de 700 años de antigüedad, con la pesada carga del reinado largo de su madre, de servicio y deber hasta su último respiro a los 96 años.

Mientras la reina Isabel II fue protagonista de acontecimientos tan distintos durante sus 70 años en el trono, Carlos III llega viejo a ocupar la “silla de la coronación”, el ponderoso trono de roble que perteneció a Eduardo I en 1300, desde donde observa un mundo que empieza a dibujarse con la mano del avance tecnológico y sin certezas en torno a grandes hechos dramáticos: la guerra, la lucha mundial entre democracia y autocracia, y la deriva del calentamiento global, disrupciones que alimentan el desencanto de las sociedades, ya descreídas de las instituciones como la que ahora él se pone a la cabeza.

El desafío principal de Carlos III, para navegar en ese contexto mundial y nacional complejo, de más voces críticas al papel y los privilegios del soberano, es liderar una modernización de la monarquía. Recuperar el vínculo con los ciudadanos que están desconectados con el sentido mágico de la corona, y diseñar un nuevo contrato social, especialmente conciliable con las sensibilidades de las generaciones más jóvenes, que son quienes más cuestionan al rey en tanto figura alejada del mundo moderno.

La longeva monarquía británica constituye mucho más que reliquias ceremoniales que atraen a televidentes de todo el mundo; honra una tradición que forma parte de una identidad, que merece respeto y hasta consideración por su trabajo discreto a favor de la estabilidad de las instituciones liberales británicas.

Una monarquía en el siglo XXI puede verse como algo anacrónico y contrario a la vida moderna, pero, una evaluación completa tendría en cuenta que el monarca está sujeto a la constitución y su papel equilibrante en la democracia parlamentaria.

El rey como jefe de Estado, debería inspirarse en su madre en la tarea de unión de los británicos, y aprovechar, en el buen sentido, su aporte en términos de identidad y continuidad institucional, así como su autoridad por encima de la política terrenal.

En Gran Bretaña, buena parte de la pérdida del brillo de antaño se explica por mala praxis en controversias recientes, como refleja el proceso de la salida de la Unión Europea, que solo aportó dolores de cabeza y dejó al país en la intemperie, en momentos de efervescencia de una nueva bipolaridad mundial. Por lo menos, esta monarquía constitucional evitó la inestabilidad de la democracia de los regímenes presidencialistas.

Carlos III enfrenta más obstáculos todavía en mantener unida a la Commonwealth de 56 naciones, como revela los países que aprovecharon la ocasión para criticar el pasado colonial de Gran Bretaña y se mostraron más distantes que nunca con el nuevo monarca.

En países como Australia y Jamaica se escuchan voces influyentes a favor de los regímenes republicanos, una alternativa que se fortalece con el paso del tiempo, por más compromiso de la corona con el fortalecimiento de la democracia y el fomento del desarrollo económico en la Mancomunidad de Naciones. Incluso en Canadá es un asunto de debate permanente.

Todo parece indicar que Carlos III tiene más posibilidades en su propia casa que fuera de ella en cuanto a la permanencia de la lealtad a la figura del soberano. 

El fortalecimiento de la OTAN

A más de un año de la invasión de Rusia a Ucrania, que desató un conflicto bélico como no se veía desde la Segunda Guerra Mundial, todavía es imposible prever un desenlace que, para bien o para mal, definirá el futuro de la democracia.

Sin embargo, el ataque del presidente ruso Vladimir Putin logró algo improbable antes de la agresión militar: el fortalecimiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) como instrumento de defensa y la adhesión de países que han sido firmemente neutrales, algo muy difícil de haber imaginado.

Es el caso de Finlandia, que, durante todo el tiempo que se extendió la Guerra Fría y algo más, logró apaciguar a la antigua Unión Soviética, que en 1939 intentó tomarla sin éxito y dejó en estado de alerta a Helsinki.

Los desafíos diplomáticos y militares que enfrentó este país por parte del Kremlin, más presentes que nunca hoy por la agresión a Ucrania, ayudan a percatarse del significado de los aplausos de pie, el martes 4 de abril, cuando el presidente de Finlandia, Sauli Ninisto, dijo en la sede de la OTAN, antes de izarse la bandera de su país: "La era del no alineamiento en nuestra historia llegó a su fin”.

“Empieza una nueva era", añadió el jefe de Estado finlandés, cuyo país -el miembro número 31 de la OTAN- permite duplicar la extensión de la frontera de la alianza militar y más solidez en un área geográfica estratégica.

El ingreso de Finlandia significa acrecentar 280.000 soldados a la OTAN, además de sumar a uno de los más importantes arsenales de artillería del viejo continente.

Y, por supuesto, que el paraguas de la OTAN es beneficioso para Finlandia en el contexto de la guerra de Rusia, pues, quedó protegida ante un ataque, igual que el resto de los países miembros.

Suecia, en cambio, también quiere unirse, pero no puede por la negativa de Turquía y Hungría por motivos diferentes, impidiendo la votación por unanimidad que exige el estatuto de la organización.

Otro hecho que demuestra el despertar de la OTAN por la amenaza letal de la Rusia de Putin, es el apoyo a Ucrania. El suministro a Ucrania de casi el total de vehículos de combates que la alianza militar se comprometió a entregar, es un buen ejemplo.

El mes pasado, el secretario general de la OTAN, Jeans Stoltenberg, anunció la entrega al país agredido de 230 tanques y 1.550 vehículos blindados.

Además, se refirió a “enormes cantidades de municiones”, sin más detalle, una preocupación del presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, que este mes pidió a la Unión Europea (UE) más cargas para armas de fuego. El bloque anunció un plan de unos 550 millones de dólares para la producción de municiones.

Nada de esto quiere decir que la alianza militar transatlántica no enfrente problemas. Pero está muy lejos de “la muerte cerebral” que le diagnosticó el presidente francés Emmanuel Macron en noviembre de 2019.

Joe Biden anuncia que irá por la reelección

El octogenario presidente demócrata anunció que buscará un segundo mandato como presidente de los Estados Unidos, en medio de cuestionamientos sobre sus aptitudes físicas y mentales para ejercer el cargo hasta finales de 2028, donde cumpliría 86 años de edad.

A pesar de que Biden sorteó con éxito los últimos chequeos médicos a los que se sometió, la interna demócrata y la opinión pública conservan dudas sobre la capacidad que tiene el presidente para conservar la idoneidad que le demanda el cargo. En este escenario, la figura de Kamala Harris, actual vicepresidenta y quien se presume que será nuevamente la número dos en la fórmula presidencial, tomará mayor protagonismo. De acuerdo con la Constitución americana, es la primera persona en la línea de sucesión en caso de muerte o ineptitud del titular para tomar posesión de la Casa Blanca. Harris es reconocida activista por la defensa del derecho al aborto y la implementación de políticas contra el cambio climático; numerosos analistas coinciden en que su figura es crucial para atraer a las minorías al electorado demócrata.

En paralelo a la discusión de las candidaturas, la actual administración enfrenta un gran desafío con repercusiones en el corto plazo: el impedimento legal a emitir deuda pública para hacer frente a los gastos del gobierno (ver recuadro 1), dado que el 19 de enero se alcanzó el límite previsto de 31,4 billones de dólares. Para levantar el “techo de la deuda” se debe contar con la aprobación del Congreso, cuya Cámara de Representantes está bajo control de la oposición republicana, quienes presentan reparos para aprobar esta iniciativa demócrata. Los diversos escenarios que se plantean en torno a este asunto podrían implicar costos electorales para el oficialismo ante el próximo período electoral.

Aun así, en las filas del Partido Demócrata entienden que Biden es el candidato con mayores posibilidades en una más que probable contienda contra el expresidente Donald Trump, favorito en la interna republicana a pesar de las múltiples acusaciones judiciales en su contra, la última de ellas lo declaró civilmente responsable de una violación a la periodista Elizabeth Jean Carroll en 1996. Sin embargo, alrededor de 50% de los afiliados al partido de gobierno expresó que no desea que el actual presidente sea candidato; esta cifra asciende a 70% entre todos los votantes estadounidenses, a pesar de mantener niveles de popularidad estables desde los meses previos a la elección de medio término (ver recuadro 2), hecho que le permitió mantener el control del Senado.

Hasta ahora, el presidente Biden tiene dos contendientes confirmados dentro de la interna demócrata, aunque ninguno de ellos tiene capacidad real para amenazar sus aspiraciones presidenciales: la escritora Marianne Williamson y Robert Kennedy Jr., hijo del asesinado exfiscal general Robert Kennedy, y sobrino del asesinado expresidente John F. Kennedy. En la danza de nombres que pueden desafiar a Biden se encuentran Pete Buttigieg, actual secretario de transporte y precandidato en 2020; y Jared Polis, reelecto como gobernador de Colorado el pasado noviembre por más de 20 puntos de diferencia sobre su competidor republicano.

 Recuadro 1: la deuda en debate

Biden se reunió el pasado martes 9 de enero con el republicano Kevin McCarthy, presidente de la Cámara de Representantes, aunque no logró mayores avances para destrabar la situación del techo legal de la deuda. Los republicanos pretenden que la Casa Blanca se comprometa a realizar grandes recortes fiscales y eliminar exenciones a las “energías limpias” antes de aprobar un nuevo límite; en tanto, desde filas demócratas barajan otras opciones para obtener fondos en caso de no llegar a un acuerdo con la oposición.

El think tank Bipartisan Policy Center proyectó que el Tesoro de los Estados Unidos tendrá fondos insuficientes para cumplir con sus obligaciones a partir de inicios de junio o mediados de agosto, teniendo en cuenta el flujo de fondos actual y las medidas extraordinarias que se pueden tomar sin declarar el defualt de la deuda pública o decretar un cierre parcial del gobierno que incluya la suspensión de los servicios que brinda el Estado Federal, salvo aquellos esenciales. 

Recuadro 2: popularidad de Biden 

De acuerdo con FiveThirtyEight, sitio estadounidense que recaba datos de encuestadoras en todo el país, los niveles actuales de aprobación de Biden se encuentran en niveles cercanos al 42%; en tanto que la desaprobación ronda el 53%. La popularidad del presidente se ha mantenido constante desde mediados de setiembre de 2022, por encima de sus peores registros a mediados del año pasado, aunque lejos de los niveles con los que comenzó su mandato.

Nueva crisis migratoria

En Estados Unidos (EEUU) y en Europa reviven los temores por una nueva ola de inmigrantes en sus fronteras y creen, con razón, que pueda estallar una crisis de refugiados, en el contexto de un mundo bajo presión por la guerra de Rusia en Ucrania y de una generalizada inestabilidad económica.

A las 12.00 p.m. (hora de Washington D.C) del jueves 11, se levantó en EEUU la orden de salud pública del Título 42, aprobada durante la administración de Donald Trump, que, con el argumento de la pandemia por COVID-19, permitía expulsar automáticamente a los emigrantes que, sobre todo, llegaban a los pasos de frontera del sur, sin tener que considerar las solicitudes de asilo. Más de 2,6 millones de personas fueron expulsadas bajo la política del Título 42, enviados de regreso a México u otros países.

Desde ahora, vuelve a aplicarse con normalidad el Título 8, el marco legal estándar que ampara a los migrantes al derecho de asilo, siempre y cuando puedan demostrar a las autoridades que son víctimas de persecución en su país.

Las autoridades están tomando todas las precauciones posibles y están decididas a aplicar con más rigor las normas de inmigración. Se pertrecharon 1.500 soldados más en puestos de frontera -que se unen a otros 2.500 miembros de la Guardia Nacional-, además de aprobar medidas que penalizarán a los inmigrantes que crucen ilegalmente y no busquen asilo primero en un país fuera de EEUU.

No obstante, el aumento del movimiento de personas en estos días, en lugares como El Paso (Texas, EEUU) y en Ciudad Juárez (México), demuestra que los migrantes están intentando traspasar igual la frontera extensa.

Los funcionarios estadounidenses esperan que con la caída del Título 42, entre 10.000 a 13.000 personas por día lleguen a los cruces ilegales, cifras que por lo menos duplican la presencia de migrantes cuando estaba vigente esta regulación restrictiva.

La respuesta reciente del presidente estadounidense Joe Biden cuando le preguntaron su evaluación al respecto muestra que el gobierno demócrata prevé una situación compleja: “será caótico por un tiempo”.

Por el lado de Europa, la presión migratoria también ocurre por la caída de las restricciones impuestas en tiempo de pandemia, con una tendencia en ascenso desde 2022.

Las entradas ilegales a la UE, por tierra o mar, aumentaron un 64 % en 2022 con respecto al año anterior, la cifra más alta desde la crisis de refugiados de 2016. Las solicitudes de asilo crecieron un 50 %.  

Estos datos que no incluyen los millones de ucranianos huyendo de la guerra por la invasión rusa hacia países europeos, acogidos bajo un estatuto de protección temporal.

El viejo continente enfrenta una ola migratoria desde África que tiene a Italia en el ojo de la tormenta por sus restricciones unilaterales para evitar el ingreso ilegal por la ruta del Mediterráneo central. El Reino Unido, fuera del bloque europeo, también está en cuestión por sus políticas migratorias.

La crisis sangrienta en Sudán, por los combates violentos desde el pasado 15 de abril entre el ejército —que comanda el general Abdel Fattah al Burhan— y los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) —bajo la conducción del general Mohamed Hamdan Daglo— anuncia otra crisis migratoria.

La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) estimó este mes que más de 860.000 personas saldrán del país. De ese total, alrededor de 235.000 son personas refugiadas que fueron acogidas por Sudán; otras 45.000 son migrantes de otras nacionalidades a las que Sudán dio acogida anteriormente.

Se estima que la mayor parte de las personas que huyen de Sudán se dirigen a Egipto y Sudán del Sur -u otros países limítrofes-, una dinámica crítica entre países pobres que termina alimentando más migración desde África a Europa.

 El drama de una Unión Europea divida en torno a las políticas migratorias se refleja en la pérdida de vidas de personas que intentan llegar al viejo continente.

En ese marco, en el período de enero a marzo de 2023 fue considerado el primer trimestre más mortífero para los migrantes que cruzan el Mediterráneo desde 2017, según la Organización Internacional de las Migraciones de la ONU, cuyo jefe, Antonio Vitorino, calificó de “persistente crisis humanitaria en el Mediterráneo central”, algo que es “intolerable”.

Según Financial Times, los gobiernos europeos “de todas las tendencias” intentan llegar a acuerdos con países como Turquía, México o Libia para frenar la llegada de migrantes a su territorio.

La realidad de las políticas restrictivas o de más controles policíacos pueden ayudar a frenar la llegada de inmigrantes, pero no pone fin a un éxodo que nace de la miseria, la violencia y, últimamente, de casos extremos del cambio climático.

China asume rol decisivo en asuntos globales

A principios de marzo, el consejero de Seguridad Nacional saudí, Musaid Al Aiban, y el secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional iraní, Ali Shanjaní, estrecharon sus manos en Beijing tras alcanzar un acuerdo para reestablecer relaciones diplomáticas luego de la ruptura de 2016. Las dos potencias llevan medio siglo enfrentadas en la disputa por el control de Medio Oriente, y es el auspicio de China que da un paso, con significancia, aunque no definitivo, para la consecución de la paz y la estabilización de la región: hoy, el fin de la guerra saudí contra Yemen es factible. El 7 de mayo, Siria fue reincorporado a la Liga Árabe tras 11 años de suspensión.

Este suceso no fue un acontecimiento aislado para la diplomacia del gigante asiático. A mediados de abril, el ministro de Asuntos Exteriores de China, Qin Gang, se comunicó con sus homólogos de Israel y Palestina para comunicarles que su país estaba listo para patrocinar negociaciones de paz entre las dos naciones.

Mientras desarrolla iniciativas de negociaciones en oriente medio, Beijing también juega sus cartas en la guerra ruso-ucraniana: en marzo, el gobierno chino presentó un plan de paz de doce puntos que fue bienvenido por las autoridades rusas, quienes recibieron el documento como una base para comenzar a negociar el fin del conflicto con Kiev. En tanto, el presidente Xi-Jinping le comunicó a su homólogo ucraniano Volodímir Zelenski que enviaría un miembro diplomático a Kiev y a otros países para buscar un acuerdo político que dé un puntapié inicial a dichas negociaciones.

Desde occidente, las acciones chinas en torno a la guerra entre Rusia y Ucrania son vistos con suspicacias por sus abstenciones en los múltiples proyectos de resoluciones contra Rusia en Naciones Unidas, entre otros sucesos que incluyen visitas a Moscú del presidente Xi-Jinping en marzo y el ministro de Defensa Li Shangfu en abril. A pesar de la negativa de Beijing a enviar armas a cualquiera de los bandos, el mercado chino se convirtió en el principal destino de exportaciones energéticas rusas en 2022, por ende, la principal fuente de financiación para la campaña militar rusa.

Los esfuerzos diplomáticos para la incidencia en los grandes asuntos globales acontecen en paralelo con el constante y resiliente crecimiento del poder de sus fuerzas armadas (ver recuadro 1), en medio de fuertes tensiones por la situación de Taiwán -a la que China ambiciona con ejercer la plena soberanía-, que incluyeron una serie de ejercicios militares alrededor de la isla tras la visita de Nancy Pelosi en agosto de 2022, quien ostentaba el cargo de presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos en ese momento. El libro blanco de defensa de China, que recoge los lineamientos de la política de seguridad adoptado por Beijing, determina que “China perseguirá una política de defensa nacional de carácter defensivo”, resaltando la no búsqueda de “la hegemonía, la expansión o las esferas de influencia"; además, define la unificación del país como un asunto interno, al que no acepta ninguna intromisión por parte de actores extranjeros.

El rol proactivo que ha tomado Beijing en el plano global es visto por diversos analistas como un intento apresurado para llenar el vacío que dejó Estados Unidos en su influencia en diversos puntos del mundo, que hoy aúna sus esfuerzos en Ucrania mientras que en su interna se disputan visiones, en algunos puntos, contrapuestas sobre el papel que debe jugar el país norteamericano en los asuntos exteriores. 

Recuadro 1: gasto militar de China en millones de USD constantes de 2021 (eje izquierdo) y % del PBI (eje derecho). 

Fuente: Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI)

El gasto militar chino en 2022 fue equivalente al 1,6% del PBI, ubicándose por debajo del promedio mundial (2,2%). Sin embargo, en términos absolutos, es el segundo país que más dinero destina para defensa, detrás de Estados Unidos, duplicando el monto que destinaba en 2011. Para 2023, la administración de Xi-Jinping anunció un nuevo incremento del presupuesto militar de 7%.

Las Fuerzas Armadas chinas cuentan con el ejército (en efectivos) y la armada (en número de unidades) más grandes del mundo, aunque no las más poderosas, debido a la incidencia de otros factores. De acuerdo con el Departamento de Defensa de EE.UU., se estima que China alcance las 1.000 ojivas nucleares para 2030, consolidándose como tercera potencia nuclear después de Rusia y Estados Unidos, que en la actualidad cuentan con más de 5.000 cada uno.

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